Crónica desde la grada del partido Quijote Rugby Club – Complutense Cisneros

Crónica desde la grada del partido Quijote Rugby Club – Complutense Cisneros

La crónica desde grada:
El sol apenas salía sobre el campo del Cisneros, un escenario cargado de historia y tradición de rugby. El aire frío cortaba la respiración junto con la expectación, sabiendo que Quijote-Gorilas se enfrentaba a un rival de altura. Desde antes del pitido inicial, se notó la mano de Toto, la nueva incorporación, cuyas directrices se tejían en cada movimiento, en cada pase. La balanza parecía inclinarse a nuestro favor, la energía del equipo fluía, compacta y decidida.
Pero el rugby es un deporte de contrastes, de momentos que cambian el rumbo del partido en un abrir y cerrar de ojos. El empate en los ensayos fue un aviso, una señal de que la batalla sería ardua. Y entonces, la lesión de Marcelo, un golpe duro, menos mal que es duro y pronto le tendremos como nuevo, pero hubo un silencio que se extendió por el campo, el desánimo amenazó con calar hondo en nuestros campeones.
Fue entonces cuando la grada se alzó, un rugido unánime, un torrente de apoyo que inundó el campo. Cada voz, cada aplauso, empujó al equipo hacia arriba, recordándoles que no estaban solos. Y ellos respondieron, con el corazón en la mano, luchando cada melé, cada ruck, cada metro. La melé final, pegada a la línea de ensayo, fue un ejemplo de garra y determinación, un empuje colectivo que logró el empate, un grito de rabia contenido.
Pero lo más hermoso fue verlos después, con el partido terminado, practicando un touch, continuando la jugada, perfeccionando la técnica. Incluso el «señor», con una sonrisa, tuvo que pitar para detenerlos, y ellos, obedientes y entre risas, pararon, demostrando que el rugby es también camaradería y respeto.
El partido contra Cisneros fue mucho más que un encuentro deportivo. Fue una lección de resiliencia, de espíritu de equipo, de la fuerza que surge de la unión entre jugadores y afición. Fue la demostración de que, en el rugby, la lucha continúa incluso después del pitido final, en cada entrenamiento, en cada jugada practicada.

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